Escribo desde un bar, desde una mesa
con tajos, quemaduras,
manchas de suciedad antigua.
Es una mesa de madera,
es una mesa de silencio,
es una mesa hecha con tablas,
con paciencia, con tedio, con rutina,
es una mesa y tambián
un estado del alma,
es un apoyo más, es un soporte
donde puedo volcar y descansar
el peso de mi cuerpo, los dos brazos,
donde puedo escribir
en medio de la gente lo de siempre.
Suelo venir aquí
cuando me canso de mi pieza y siento
que he quedado afuera
del espacio y del tiempo de los otros.
Suelo venir cuando me advierto a solas,
tremendamente a solas en un cuarto
donde la lámpara y el libro
terminan por volcarme en un abismo.
Suelo venir, suelo arrojarme enfermo
en la silla cualquiera de una mesa cualquiera
cuando siento en lo interno
que el acto de vivir de alguna forma
debe ser compartido, dividido,
sometido al consenso de los otros.
Y no hace falta hablar con nadie,
los cuerpos allí están, allí sus rostros
reflejando actitudes, sentimientos,
aceptaciones o padecimientos.
No se trata de ser a través de ellos.
Yo soy quien soy por soledad gustosa,
por soledad acrecentada,
por soledad bien adquirida,
por soledad optada libremente.
Se trata de poder amarlos,
se trata de poder reconquistarlos,
de aceptar una tácita hermandad
entre mil desamparos semejantes,
se trata de vivir en la corriente,
se trata de existir por la existencia de otros.
Cada uno con su mesa,
cada uno con su cuerpo,
cada uno con su taza de café,
cada uno con su cigarrillo,
cada uno con su pena,
cada uno con su interlocutor,
cada uno a solas con sí mismo,
y no hace falta más,
son muchas cosas ya las que nos unen.
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